La crisis financiera puso en duda la receta de Durán Barba: ¿conviene recurrir a Maquiavelo?

Nicolás Maquiavelo recomendaba en “El Príncipe” hace más de 500 años que el mal había que hacerlo todo de golpe y después ir haciendo el bien de a poco. Un seguidor de los principios del diplomático y analista florentino le podría haber recomendado al presidente Mauricio Macri mostrar con mucha más crudeza la herencia que recibió del kirchnerismo para poder aplicar un programa económico menos gradual y con más reformas estructurales.

A esta altura en Cambiemos deben estar arrepentidos de no haber seguido los consejos de Maquiavelo.

Los principios rectores de los días de diciembre de 2015, cuando asumió el presidente Macri, no fueron los de Maquiavelo, sino los del gurú electoral Jaime Durán Barba. En una entrevista a poco de asumir Macri, el asesor ecuatoriano me dijo que el gobierno de Cambiemos no debía perder “ni un día” con el pasado porque excepto un 4 por ciento del “círculo rojo”, a nadie le interesaba que le refrieguen cómo era la herencia que dejó Cristina Kirchner.

Un año más tarde pude volver a hacerle una pregunta similar cuando ya se empezaba a debatir más sonoramente si un poco menos de gradualismo no sería mejor idea, a la luz de una economía con “brotes verdes” que crecían muy lentamente. Su respuesta: “No se puede hacer un ajuste, a nadie le puedes demostrar que es bueno quitarle sus cosas”.

No hace falta seguir explicando que el gradualismo terminó en mayo de 2018 con la marcha al FMI y una importante devaluación del peso.

Hacer un análisis contrafáctico de qué pasaría hoy si Macri aplicaba en 2016 un plan económico con reformas estructurales (y culturales) más ambiciosas puede parecer un ejercicio masoquista. Pero es imprescindible para que el gobierno de Cambiemos entienda si los fundamentos que guiaron su toma de decisiones eran los correctos o si el diagnóstico estaba errado. Y no hay terapia que funcione con un diagnóstico equivocado.

Síntesis del principio duranbarbiano: no hacía falta explicar nada, porque a la gente no le interesa escuchar planes políticos, y es imposible proponer ajustes o cambios drásticos, porque nadie acepta que le toquen nada.

¿Es realmente así? Una encuesta de D’Alessio IROL de fines de 2016 mostraba que en la mesa de fin de año el 60 por ciento de los argentinos habían discutido sobre política desde ambos lados de la grieta. No se incluyen a las familias que hablaron de política desde el mismo lado de la grieta (muchas).

A la encuestadora Taquión en un trabajo de principios de año para la Universidad Abierta Interamericana le dio que más del 70 por ciento discutió de política con familiares o amigos en los anteriores 12 meses. El 20 por ciento en esa encuesta nacional dijo que se dejó de ver con familiares o amigos por discusiones políticas, y el 12 por ciento dijo haber llegado “a las manos” por temas vinculados con peleas políticas.

La última encuesta mensual de GOP (Grupo de Opinión Pública) indica que el 60 por ciento mira noticieros de TV con regularidad. El 22 por ciento ve incluso programas políticos.

Los ratings lo confirman: la suma de los programas políticos del domingo le ganan a cualquier partido de fútbol. Quizás la excepción sea un superclásico. Los noticieros suman a la noche entre 20 y 30 puntos de rating. Jorge Lanata arrancó este año con 15 puntos.

Por eso el supuesto de que “a nadie le interesa” que le expliquen los planes de gobierno y las herencias no se verifica en la realidad, por lo menos en la politizada Argentina.

El otro supuesto que entró en crisis con las turbulencias financieras de abril y mayo es que la clave para gobernar bien es hacer lo mismo que en campaña, por lo tanto no se le puede ofrecer a la gente algo que no le guste.

De eso se trataron siempre los rotundos éxitos electorales de Durán Barba: leer las encuestas como nadie para entender qué ofrecerle al electorado.

Un ejemplo brillante de cómo Jaime Durán Barba supo leer magistralmente las opinión pública fue cuando Mauricio Macri, en medio de un salvaje paro de Aerolíneas en las vacaciones de invierno de 2015 -plena campaña electoral-, dijo ante cientos de militantes atónitos del PRO: “No vamos a privatizar YPF ni Aerolíneas, las vamos a administrar mejor”.

Y está cumpliendo. Esa inesperada vocación de estatismo fue clave para ganar el ballotage: la opinión pública argentina es la más estatista de América latina.

Pero el problema se plantea a la hora de gobernar: leer las encuestas en clave de campaña electoral puede llevar a no hacer los cambios necesarios para evitar que el ajuste, al final, lo termine haciendo el mercado y desordenadamente, como sucedió en mayo.

Otro análisis para completar el diagnóstico era si alcanzaba con negociar lo mejor posible con este Congreso y los gobernadores lo que éstos estuviesen dispuestos a aceptar. La conclusión a la que llegó el gobierno de Macri es que no se podía esperar demasiado de este Parlamento: este es el primer gobierno de la democracia en minoría en ambas cámaras. Se hizo lo que se pudo, que no fue poco.

Pero como se interpretó que la gente está desentendida de la política o que no se la puede convencer de nada que no quiera, Cambiemos no apostó a una alianza fuerte con la opinión pública que presionara sobre el Congreso y los sindicatos para lograr imponer un programa económico un tanto más ambicioso. Era lo recomendable: trabajar fuertemente sobre la opinión pública para “cambiar las encuestas”, no seguirlas.

Y aquí es donde la crisis de confianza de los mercados en la economía argentina puso en jaque otro principio esgrimido por muchos expertos en comunicación política: no puede haber buena comunicación allí donde no hay buena gestión. ¿Es así?

El mejor ejemplo es la reforma laboral, de la que probablemente este año se apruebe una tenue sombra de lo que el ministro Jorge Triaca le propuso a fin de año ala CGT. Sin una reforma profunda, el Estado jamás dejará de ser el sustituto del mercado laboral que es desde hace décadas y terminó quebrando a la Argentina. Solo si se alienta a las Pymes a tomar empleo se puede resolver a largo plazo la alta dependencia de la Argentina del empleo público y los planes sociales que generaron el infinanciable déficit fiscal.

La comunicación debe funcionar como lubricante para facilitar el funcionamiento de los engranajes de la gestión, especialmente cuando un gobierno es políticamente débil: la comunicación y la gestión deben ir juntas.

Para vencer la feroz resistencia que opone el peronismo en el Congreso y el sindicalismo, era necesaria una estrategia de comunicación para que la opinión pública -ya las encuestas muestran que hay cierta comprensión de la necesidad de una flexibilización laboral- estuviera tan convencida que el peronismo y el sindicalismo acaben aceptando esa reforma y otras transformaciones que hoy parecen tabúes.

Y si la opinión pública no lo reclama, el peronismo jamás le entregaría a Macri la llave de la solución al problema económico de fondo de la Argentina: el desempleo encubierto con planes y empleo público.

Cambiemos necesita cambiar -y no seguir- a la opinión pública y entender que un gobierno en minoría con una economía inviable debe apelar a mucha comunicación de sus planes y de la necesidad de transformar la economía y la cultura del país.

Siguiendo los principios de Durán Barba (a nadie le interesa escuchar y no se puede hacer nada que la gente no quiera) solo quedaba esta apuesta de alto riesgo aun gradualismo que en cualquier momento podía terminar mal.

Cambiemos podría poner en práctica estos nuevos principios para la ardua negociación del Presupuesto 2019 que le espera con un Congreso y un sindicalismo muy entusiasmados con ponerle palos en la rueda para cortarle el sueño de la reelección en 2019.

Las encuestas están mostrando que los argentinos le tienen pánico al FMI, que va a reclamar austeridad. El escenario cambió. Y ese nuevo escenario requiere una nueva estrategia de comunicación.

Quizás sirva de ejemplo el ex ministro de Economía Ricardo López Murphy, que en 2001 propuso un recorte de sueldos estatales y jubilaciones de 13 por ciento. El gobierno del presidente Fernando De la Rúa no supo o no quiso convencer a la opinión pública que la alternativa era mucho peor. A los 15 días López Murphy renunció.

La caída de la convertibilidad triplicó en un mes los índices de pobreza e indigencia.

Publicado en Infobae el 06/06/2018